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"El sector de la construcción es responsable del 50% de los recursos naturales empleados, el 40% de la energía consumida - incluyendo el proceso de producción de materiales y la consumida durante la vida útil de los edificios-  y el 50% de los residuos generados".

 

¡Tremendo prontuario!  Sin embargo, se trata de una de las industrias que más está  relacionada a los seres humanos; siendo la encargada de conformar el hábitat en el que vivimos, generando cantidades de recursos económicos, de gran influencia en el ámbito social, siendo tanto objeto de necesidad como de lujo. Todos tenemos, tuvimos o tendremos relación con la construcción a lo largo de nuestras vidas. No podemos solo dilapidar a quienes optan por construir sus casa, o a los profesionales que llevan adelante  esas tareas; tan solo siendo usuarios de lo construido, nos hacemos cómplices de su impacto en el medio ambiente. Somos los conductores de la máquina que deteriora el medio natural- víctimas y verdugos.

 

Afortunadamente… (¡si!)… somos tantos los involucrados en las causas, como tantos podremos participar de la solución, en un intento de desarrollar una consciencia global, al punto de que cada individuo pueda sentirse como parte.

Esta solución de la que hablamos implica una transición a un desarrollo sustentable de la actividad.

 

Hablar de sustentabilidad, es un concepto amplio que, en esencia, abarca tres áreas: lo social- lo económico y lo ambiental.  La definición de desarrollo sustentable se ha ido extendiendo hasta comprender al desarrollo social y el progreso económico, ya que está claro que queremos preservarnos como sociedad, para lo cual debemos sustentarnos en un desarrollo económico. Pero bien, nada de esto puede ser posible sin una  conservación del ambiente natural,  ya no como la fuente inagotable de nuestros recursos, sino como una necesidad de recuperar nuestra esencia natural, nuestra biología. Hoy se sabe, y hay cantidad de estudios que lo demuestran, que existen  afecciones a la salud producto del no-contacto con ambientes naturales, o por exposiciones prolongadas a agentes nocivos, muchos de ellos se encuentran o son generados por la fabricación de materiales de construcción. Hemos creado ambientes artificiales. Un hábitat desequilibrado en donde nuestros sentidos están saturados.

 

El hombre, desde los primeros tiempos, se ocupó de modificar su hábitat. Ya sea por necesidad de protegerse de los cambios de un ambiente natural, o bien, porque su propia evolución hizo que se atrofien algunos recursos innatos de supervivencia. El caso es que desde que habitaba en cuevas y descubrió cómo generar calor quemando madera de árboles, hasta el día de hoy, su desarrollo se ha valido y se sustenta mediante el consumo de recursos naturales. Pareciera que en el camino de nuestra evolución no hemos sabido valernos ni prescindir de estos recursos, y a la par, estamos perdiendo la capacidad de ser humanos, nada menos. Si cada especie en este mundo tiene un rasgo característico en el que basa su supervivencia, ¿cuál sería el nuestro? Se decía que éramos seres racionales, intelectualmente superiores; pero no veo cómo esta capacidad pueda salvarnos de nuestra propia destrucción hoy. Más aún, cuando aparentemente estamos perdiendo y delegando esa capacidad en función de una "representación colectiva".

 

¿Y cómo es que me fui de la construcción a las cavernas? Porque pienso que antes de hablar de soluciones debemos entender cuál es el problema. Hoy en día la construcción sustentable, ecológica, la bioclimática… a nadie le es ajeno. Todos sabemos que existe, la información está al alcance de todos, y sé que muchos profesionales estarían encantados de ir por esos caminos. Sin embargo, no parece sentirse un cambio de curso. ¿Entonces qué es lo que está faltando?

Creo que las decisiones son nuestras, que quizás no se trate de grandes cambios, ni de grandes oportunidades. No se trata de que todos nos vayamos a vivir al barro, o que nos amotinemos en grandes ciudades, los inconvivibles de la naturaleza. Sino de hacer buenas elecciones en el día a día, tomar las mejores, para nuestro bien. No es consumir ecológico, sino pensar ecológico.

 

Para los profesionales, sobre los que pareciera que nos pesan más los delitos de la construcción, se trata de asumir el compromiso y aprovechar la arquitectura para promocionar y educar; educar al usuario, en cómo vivir en una casa natural, o bien comportarse de manera más sustentable en cualquier casa. No demonizar la construcción actual, ya que la arquitectura sostenible no solo hace referencia a la utilización de materiales y procesos sostenibles, sino a la gestión y tutela de los recursos, ahorro y preservación de la energía, reducción de los residuos. No se trata de convertirnos en hippies de la construcción, sino en la fórmula 1.  

 

La arquitectura tiene la vocación de impactar en el entorno, siempre; no existe el impacto 0. Lo importante es evaluar cuánto, cómo y cuándo generamos ese impacto. A la hora de crear un asentamiento, este debería ser de integración, no de ocupación.  Un buen diseño es el que reconoce los recursos y condiciones del entorno y los aprovecha a su favor, en lugar de contrarrestarlos en pos de caprichos o tendencias. Es el diseño racional. Construir de manera más amigable con el entorno es construir a favor del hombre y su hábitat.

 

Pero,  Â¿cuándo una obra se convierte en sustentable, o cuando una persona se convierte en bio-constructor? Si bien una obra prolija es más sustentable que una en la que los materiales sobrantes se dispersan y quedarán enterrados, o una en donde los trabajadores cuentan con buenas condiciones laborales, hablar de arquitectura sostenible implica:  

  • La adecuada elección de los materiales de construcción

  • Correcta integración del edificio en el medio ambiente físico, adaptándose a su zona y clima

  • Gestión eficiente del agua y la energía

  • Control y estimación de residuos y contaminantes generados

  • Diseño de una atmósfera interior saludable

  • Buena gestión de la calidad y costo durante el proceso de construcción y su vida útil

 

Haciendo eje en los aspectos social-económico y ambiental, las opciones para una construcción más ecológica se multiplican. Nuevas técnicas, diseños mejorados y materiales innovadores aparecen día a día. Muchos han tomado iniciativa sin esperar que surjan las respuestas de los mercados. Nos encontramos en el momento de empezar a aceptar estas nuevas técnicas y, dejando de lado prejuicios, reformular los conceptos en los que basamos nuestras decisiones.  Quizás esto sea lo más difícil de hacer. Romper con la idea de cómo deben ser los espacios, y cómo debemos vivirlos. Nos hemos acostumbrados a definir todo en términos económicos, abaratando los presupuestos a la hora de la construcción. Costos que luego se pagan durante la vida útil de los edificios. La evaluación en términos ambientales puede dar vuelta esa ecuación, al considerar costos de recursos que hoy no tomamos en cuenta, como el agua y el aire; considerar costos de reposición por contaminación o para contrarrestar las emisiones de CO2; o el costo de energías que se consumirán para hacerlos confortables. Entonces, no deberíamos pensar en términos monetarios, sino cuantificar en recursos no renovables. Llegamos al punto en el que consumir menos- apagar las luces, cerrar la canilla- no es suficiente, sino generamos un producto compatible con el ciclo de transformación de la naturaleza.

 

Por último, deberíamos detenernos un instante a pensar si esta forma e imagen que le dimos a nuestro hábitat es el que queremos. Se ha llegado a una producción meramente cuantitativa con la que se construyen actualmente los edificios y ciudades, guiados por una economía de beneficios que excluye al hombre, y por lo tanto elimina la cultura arquitectónica. En efecto, según la estética moderna, vivimos en un mundo dominado por la ley de la necesidad y el principio de la prestación, en donde la imagen es omnipresente, diluyendo el arte en la estética, y el hombre en objeto del consumo. Se da una pérdida de historicidad  en donde no hay referencias de un antes o un después. La expansión de la cultura de la imagen, engloba al hombre en el presente y lo aísla de su historia y su entorno. Esta búsqueda de una nueva estética, nos llevó a destruir las formas, a reconstruirlas, abstraerlas, para luego estructurarlas y estandarizarlas, en una suerte de esquizofrenia provocada por la pérdida de significantes en los mensajes.

 

Con la intención de reconciliar la naturaleza con la humanidad se plantean propuestas que hacen referencias a modelos del pasado y anticipan soluciones futuras, en una actitud de rechazo crítico de la situación. Como todo neo-estilo, este evoca recursos ya conocidos de una arquitectura más orgánica, sustituyendo normas rígidas y programáticas por el sentido común y matices tradicionales y regionales. Estas no se han conformado en un código unitario porque las experiencias son individuales, sectoriales, y no se han institucionalizado aún en el nivel social. Y quizás, porque los movimientos modernos en la arquitectura, surgieron con la intención utópica de hacer realidad lo que no existe, un especie de "vale todo" donde las especificaciones se seleccionan a partir de las exigencias de cada momento. Si bien en otras épocas la arquitectura ha sabido unificar su lenguaje, era impulsada por una sociedad que buscaba ser más homogénea.  Hoy la diversidad en la que nos encontramos intenta dar respuestas dentro de las posibilidades del ámbito del que surge. De esta forma surgen propuestas desde las que hacen énfasis a los avances tecnológicos, hasta las más radicales que plantean un retorno a una forma de habitar más simple. Sea cual fuere el camino que tomemos, de nada son sirve enjuiciar a la construcción, mientras sigamos viéndola como un ente autónomo, y no como una herramienta guiada por nuestros intereses. Hará falta poner en juicio nuestra sensibilidad hacia la naturaleza y nuestra humanidad.

 

Arq. JG

 

 

** Nota publicada en la revista Río Adentro, Asociación Civil Itekoa- Bs. As.

 

 

 

 

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